jueves, 15 de mayo de 2008

HORACIO QUIROGA

El narrador uruguayo Horacio Quiroga nació el 31 de diciembre de 1879. Su viaje a las antiguas misiones de los jesuitas en el Alto Paraná (Paraguay) y su estadía de varios años en la provincia de Misiones (Argentina). Esas experiencias le permitieron descubrir la selva, impregnarse de ella y hacerla aparecer con toda su fuerza en la narrativa hispanoamericana. La primera obra publicada por Horacio Quiroga fue su libro titulado "Arrecifes de Coral", en 1901. considerado uno de los más grandes creadores de la literatura hispanoamericana de todos los tiempos. En 1918 publica "Cuentos de la 'Selva", cuyos ocho relatos conforman una muestra brillante de su prosa natural y clara, de su gran creatividad y de la fuerza con que aparece la naturaleza americana. Víctima de una enfermedad incurable, Quiroga se quitó la vida en Buenos Aires, el 19 de febrero de 1937.




La selva, en este caso, es la realidad que lo abarca todo; los animales aparecen humanizados y la intención moralizadora de los cuentos está sabiamente sugerida, nunca explícita. Muchos han querido ver en ellos, incluso, enfoques que anticipan el ecologismo tan en boga por estos días. "Cuentos de la Selva" es la obra de un vigoroso mundonovismo, entregada con sencillez e imaginación. En ediciones posteriores, se suele agregar a los ocho relatos originales, dos cuentos publicados años después por Quiroga: "Anaconda" (1921 ) y "El Regreso de Anaconda" (1926).

LOS CUENTOS QUE HACEN PARTE DE ESTE LIBRO SON:



  • La tortuga gigante.

  • Las medias de los flamencos.

  • El loro pelado.

  • La guerra de los yacarés.

  • La gama ciega.

  • Historia de dos cachorros de coati y de dos cachorros hombres.

  • El paso de yabebiri.
  • La abeja haragana.

  • Anaconda.

    LA GAMA CIEGA



    Había una vez un venado -una gama- que tuvo dos hijos mellizos, cosa rara entre los venados. Un gato montés se comió a uno de ellos, y quedó sólo la hembra. Las otras gamas, que la querían mucho, le hacían siempre cosquillas en los costados.
    Su madre le hacia repetir todas la mañanas, al rayar el día, la oración de los venados . Y dice así:
    Hay que oler bien primero las hojas antes de comerlas, porque algunas son venenosas.
    Hay que mirar bien el río y quedarse quieto antes de bajar a beber, para estar seguro de que no hay yacarés.
    Cada media hora hay que levantar bien alto la cabeza y oler el viento, para sentir el olor del tigre.
    Cuando se come pasto del suelo hay que mirar siempre antes los yuyos, para ver si hay víboras.
    Este es el padrenuestro de los venados chicos. Cuando la gamita lo hubo aprendido bien, su madre la dejó andar sola.
    Una tarde, sin embargo, mientras la gamita recorría el monte comiendo las hojitas tiernas, vio de pronto ante ella, en el hueco de un árbol que estaba podrido, muchas bolitas juntas que colgaban. Tenían un color oscuro, como el de las pizarras.
    ¿Qué sería? Ella tenía también un poco de miedo, pero como era muy traviesa, dio un cabezazo a aquellas cosas, y disparó.
    Vio entonces que las bolitas se habían rajado, y que caían gotas. Habían salido también muchas mosquitas rubias de cintura muy fina, que caminaban apuradas por encima.
    La gama se acercó, y las mosquitas no la picaron. Despacito, entonces, muy despacito, probó una gota con la punta de la lengua, y se relamió con gran placer: aquellas gotas eran miel, y miel riquísima porque las bolas de color pizarra eran una colmena de abejitas que no picaban porque no tenían aguijón. Hay abejas así.
    En dos minutos la gamita se tomó toda la miel, y loca de contenta fue a contarle a su mamá. Pero la mamá la reprendió seriamente. -Ten mucho cuidado, mi hija -le dijo-, con los nidos de abejas. La miel es una cosa muy rica, pero es muy peligroso ir a sacarla. Nunca te metas con los nidos que veas.
    La gamita gritó contenta: -¡Pero no pican, mamá! Los tábanos y las uras sí pican; las abejas, no.
    -Estás equivocada, mi hija -continuó la madre-. Hoy has tenido suerte, nada más. Hay abejas y avispas muy malas. Cuidado, mi hija, porque me vas a dar un gran disgusto.
    -¡Sí, mamá! ¡Sí, mamá! -respondió la gamita. Pero lo primero que hizo a la mañana siguiente, fue seguir los senderos que habían abierto los hombres en el monte, para ver con más facilidad los nidos de abejas ................

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